diciembre 20, 2019

Amigo robot: Lo que Japón (y Honda) nos enseña sobre la convivencia de humanos y tecnología

El adorable Doraemon es un gato robot azul que viene del futuro, y el Tamagotchi, una vulnerable mascota virtual que requiere cuidados. El manga y el anime japonés están repletos de robots que, aunque a veces son malvados, muchas veces son amigos de los niños y ayudan a los humanos. Aunque algunos de estos entrañables personajes han cautivado a la audiencia española desde hace décadas, en la cultura occidental los robots siguen viéndose principalmente como una amenaza a la sociedad o un problema existencial para las personas. La cultura nipona, sin embargo, sueña desde hace años con la convivencia pacífica de humanos y robots. ¿De dónde proceden estas diferencias y qué podemos aprender de los japoneses?

Tecnología con alma

Cuando en 1978 Mazinger Z, el robot gigante que luchaba por salvar el mundo junto a su inseparable compañera de metal Afrodita A, empezó a conquistar los corazones de los telespectadores en España, los japoneses llevaban ya desde los años 40 consumiendo fantásticas historias de robots, primero en formato cómic (manga) y después en dibujos animados (anime).

Este éxito de los seres metálicos está seguramente relacionado con el trasfondo cultural religioso, basado principalmente en el sintoísmo, la religión nativa de Japón. Según este sistema de creencias, los humanos no son seres tan especiales como presupone la cultura judeocristiana (monoteísta) de Occidente. La energía vital, llamada kami, está presente tanto en las personas y los árboles como en las rocas. Así pues, a los japoneses les resulta más natural atribuir características anímicas a cosas que en occidente se consideran inanimadas, como las máquinas, los robots o las nuevas tecnologías.

De la cultura a la industria

Gracias a todo esto, la popularidad y aceptación social de los robots son mayores en Japón, por eso los robots a menudo son los protagonistas de las campañas de publicidad de las marcas que los fabrican, como Honda y su adorado robot humanoide Asimo.

En su ensayo  «Robots in Japanese Popular Culture», la investigadora Maika Nakao explica cómo la presencia de personajes robots en la imaginación popular fue un factor decisivo para el temprano desarrollo de la ciencia robótica en el país nipón durante la segunda mitad del siglo veinte. El gobierno japonés supo aprovechar la pasión popular por estos seres de metal, e impulsó la investigación para convertir el país en una superpotencia en industria robótica.

En su planteamiento, sin embargo, los robots no se diseñan para sustituir a los humanos, sino para hacer cosas que no pueden hacer las personas. Por eso se promueve  su introducción tanto en la agricultura como en los sectores industriales y de servicios, en particular en las áreas de sanidad, enfermería y cuidado a los mayores en una sociedad envejecida. Los robots se ven como una ayuda clave en actividades en las que escasea la mano de obra, y también para paliar los efectos de los desastres naturales, como los terremotos y los tsunamis.

ASIMO, inspirado en el mítico cómic Astroboy

El robot ASIMO de Honda, presentado por primera vez en 2005, es un ejemplo de los frutos de esta mezcla de entusiasmo popular y apuesta política. Su creador, Masato Hirose, siguiendo instrucciones de la compañía, ideó ASIMO a imagen y semejanza de Astro Boy, uno de los personajes robot más famosos del manga y del anime japonés. Obra de Osamu Tezuka y publicado por primera vez en 1952, hoy Astroboy es considerado el origen de la robótica japonesa, símbolo del sueño robótico e indicador de lo que la industria podría conseguir en un futuro.

Inspirado por esta figura de la cultura popular, en 1986 Hirose, un empleado en el área de desarrollo tecnológico en Honda, inició el proyecto de diseñar ASIMO, que transformaría para siempre la manera de ver a los robots en el resto del mundo. Como el humanoide superveloz Astroboy, ASIMO tiene la apariencia de un chaval valiente, tierno y bondadoso.

Aunque en 2018 cumplió los 18 años, ASIMO sigue siendo un joven miembro de la familia con superpoderes, llegado para ayudar a la humanidad en los retos a los que se enfrenta. Con sus 1,3 metros de altura y un peso de 50 kilos, ASIMO ya corre a 9 km/h, puede caminar por pendientes irregulares e incluso subir escaleras. Pero la habilidad que más le gusta demostrar en sus viajes por el mundo, chutar un balón, revela que en el fondo es sólo un buen chico hecho de metal.

Los robots, ¿enemigos de la humanidad?

En las creaciones occidentales también existen robots entrañables, como los míticos C3P0 y R2D2 de La guerra de las Galaxias, de George Lucas (1977). Sin embargo, en nuestra cultura predomina la desconfianza hacia estos seres metálicos.

Hagamos un repaso a la literatura sobre robots en Occidente. La palabra «robot» procede del checo antiguo ‘robota’, que significa esclavo, y se utilizó por primera vez en la obra de teatro  R.U.R., publicada por el dramaturgo checo Karel Capek en 1921. La obra de Capek cuenta una historia en la que los androides fabricados para ser utilizados como mano de obra barata acaban sublevándose contra los humanos. Antes de eso, sin embargo, ya existían los autómatas, como el «Frankestein» inventado por Mary Shelley en 1918, trágico y terrorífico a pesar de sus buenas intenciones.

Después llegaron los tebeos y el cine, pero la gran mayoría de las historias de robots, autómatas y androides siguieron la línia marcada por Capek: al principio son obedientes, pero terminan por rebelarse contra sus creadores.

La robótica, clave para el futuro

Hoy, la llegada de los robots a nuestra vida cotidana ya es un hecho y ha comenzado a transformar el mundo. La robótica, junto a la inteligencia artificial, es una industria de futuro clave para cualquier país.

Sin embargo, aunque se cree que la popularización de las series de anime japonesas a partir de los años 80 impulsó el interés por la robótica y abrió las mentes de los occidentales a perspectivas menos terroríficas, el miedo a los robots sigue siendo muy común. Quizá convendría que aprendiéramos de los japoneses y cambiáramos de una vez por todas nuestra percepción trágica de los seres metálicos.